Destino asiático

Había buscado un corazón en la nada, hasta que la era de internet trajo a mí una mayor abundancia que me estaba poniendo en contacto con lo que realmente amaba.
Primero fueron los vídeos en los que deambulaba por una cultura que me parecía tan fascinante como cercana. Ya antes había estado alimentándome de “animes” cuando pasé mi primera temporada más larga en el hospital. Estaba enferma de algo raro, pero esta vez real (primero había somatizado muchas cosas, a nivel mental solo). Aunque a mí, la causa profunda de mi estado me parecía más clara y más sencilla de nombrar que los extraños diagnósticos que me dictaminaban: pura desidia. Era la desidia del no ser nada, del haber estado fingiendo ser lo que no era en busca de un poco de amor. La felicidad quedaba muy lejos en mi memoria.
Pero me arrebujé en las mantas y dejé que mi cerebro y todo lo que no fuera físico en mi vida se marchara a las calles japonesas. ¿Aquello era real? ¿Aquello podía existir? Más allá de que estuviese encerrado en el siempre dudoso mundo de la pantalla, yo era consciente de que buena parte de aquello que contemplaba sí era cierto.
Salí del hospital, nuevamente enfermé, luché por curarme, volví a enfermar… y así pasaron los años y así continúa siendo mi existencia. Pero mientras fingía estar viviendo ante las miradas ajenas, seguí sintiendo todo lo que no sentía en la realidad, cuando veía un dorama, un drama coreano, leía algún libro de un autor asiático… Mis puntos de conexión eran cada vez mayores. Tanto que en la peor crisis que tuve en mi irrefutable pérdida de salud, en la crisis que casi me costó la vida, fue la emulación de ciertos hábitos asiáticos precisamente lo que me salvó. El amor que no tenía en mi vida lo encontraba entre esas personas, que no eran compatriotas míos, que eran tan diferentes a mí, pero a la vez tan similares, porque yo me he sentido toda la vida muy distinta de los demás. Más como soy una investigadora nata, mi investigación dio con las razones por las que en Asia, entre sus habitantes, se encontraban las personas más longevas del planeta.
Conseguí seguir viviendo… y en agradecimiento yo tenía que consagrarme a aquellos a los que debía mi aliento. Quería aprender japonés y me inicié en las clases sobre la cultura e idioma con la primera e única amiga que tuve durante mi estancia en una ciudad que se hallaba bien apartada de mi familia natal.
Pasados doce años, conseguí cometer el error de residir de nuevo cerca de mi familia. Sólo entonces me he dado por fin cuenta de que sus corazones están definitivamente ajenos al mío.
Nunca abandoné mi estudio del idioma japonés, e inicié también estudios de coreano. Hasta coqueteé un poco con el chino.
Me fasciné por los idiomas, porque eran la herramienta que podía unirme con otras culturas. Si en donde he nacido, nadie me quiere ni me valora, resulta que el mundo es grande y que, dentro de este planeta, hay un planeta que es el mismo, pero diferente, simplemente porque las personas que lo habitan son extranjeras. Hablan un idioma que no es el mío, al que yo torpemente trato de acercarme con la ayuda de mis profesores. Ellos me abren las puertas y me recuerdan que hay mucho más allá de los estrechos muros en los que mi insulsa vida se haya encarcelada.
Mi destino terminará siendo Asiático, sea en esta vida o en la siguiente de haberla, porque este deseo es el que mantiene la pequeña chispa que me sostiene aquí, porque mis sentimientos son lo suficientemente fuertes para tener un peso que haga realidad aquello de que: todo puede morir, menos el amor. Que así sea.

1 Comments

  • Woow, precioso texto María-san! Y a seguir alimentado estos ánimos y esperanzas con más Japonés y más sobre esta cultura tan extraña pero tan cercana de alguna forma!💕